miércoles, 28 de marzo de 2012

La contaminación 'engorda'..., y la obesidad 'contamina'

Diversos estudios vinculan la exposición a los compuestos químicos sintéticos presentes en el medio ambiente al aumento de peso y el desarrollo de la diabetes.

La contaminación atmosférica produce cada año la muerte prematura de cerca de 20.000 personas en España (hasta ocho veces más fallecidos que a causa de los accidentes de tráfico). Se sabe que está asociada con enfermedades respiratorias, como el asma, y a un mayor riesgo de sufrir problemas circulatorios (infartos, trombosis,...), una 'lista negra' a la que se debe de añadir que predispone a padecer obesidad, la principal pandemia de este siglo. Para 2030, se espera que el 37% de los hombres y el 33% de las mujeres españolas presenten esta enfermedad.
Actualmente, supone un 8% del total del gasto sanitario en el país, un dato que irá en aumento. España, con un 19%, ya supera a Estados Unidos en cuanto a índices de obesidad infantil, un porcentaje que triplica al de hace 30 años.
La Región de Murcia no se escapa de esta realidad. De hecho, la consejera de Sanidad, María Ángeles Palacios, alertó hace unas semanas de que el porcentaje de sobrepeso y obesidad ya supera el 60% de la población, así como que más de la mitad de la población, es decir, más de 500.000 murcianos mayores de 18 años no realizan ninguna actividad física y, por tanto, «son personas a las que se debe considerar como sedentarios absolutos».
El Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (Ciberobn) revela que algunos contaminantes ambientales actúan como disruptores endocrinos (EDCs, de sus siglas en inglés), es decir, alteran el equilibrio hormonal de las personas. Las sustancias químicas presentes en multitud de alimentos y de productos de uso cotidiano (perfumes, plásticos, cosméticos o champús) interaccionan con el sistema endocrino causando que el cuerpo acumule grasa en lugar de músculo.
El Ciberobn, una estructura cooperativa en red, formada por 24 grupos de investigación de la obesidad de los principales centros científicos de toda España, ha tenido en cuenta numerosos estudios que han vinculado esta pandemia mundial y sus patologías asociadas con la exposición universal, permanente y cada vez mayor a estos contaminantes.
La mayoría de estos compuestos químicos, que al ser solubles en las grasas se acumulan en ellas con mayor facilidad, pertenecen al grupo de los contaminantes orgánicos persistentes (COPs), unos compuestos químicos sintéticos, mayoritariamente pesticidas e insecticidas, de baja biodegradabilidad y que se mantienen durante mucho tiempo en el ambiente y se acumulan en la cadena alimenticia. «De su enorme persistencia nos da una buena idea que todavía hoy detectemos DDT en el 88% de la población general, cuando este pesticida se prohibió hacia 1975», explica el investigador del Ciberobn y presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), Javier Salvador.
La exposición de los seres vivos a los disruptores endocrinos es universal, puesto que se encuentran repartidos por todo el mundo como consecuencia de un empleo generalizado, sobre todo en la producción agrícola y en la pesca, a través de los vertidos de aguas residuales. Además, estos compuestos acumulados en la grasa son transmitidos a la descendencia a través de la madre durante la gestación y, después, en la lactancia.
La investigación de los efectos sobre la salud humana de la exposición continua a estas sustancias químicas constituye uno de los temas más importantes en los estudios publicados en esta materia durante la última década. Uno de los primeros trabajos que se publicaron data de 2002 y lo recoge la revista 'Journal of Alternative and Complementary Medicine'. Los autores señalan que desde los años 70 muchos estudios sobre tóxicos en animales ya señalaban que engordaban debido a la exposición a compuestos como el DDT, endrín, lindano (utilizados como plaguicidas o insecticidas), metales pesados (como cadmio y plomo), disolventes..., algo en lo que no se reparaba demasiado, puesto que el principal interés era constatar otros efectos como el riesgo de cáncer.
La revista 'Environmental Health Perspectives' asociaba en 2007 las concentraciones urinarias de metabolitos de algunos tipos de ftalatos, un grupo de contaminantes muy frecuentes en la actualidad (están presentes en perfumes, plásticos, cosméticos y champús), con la obesidad y la resistencia a la insulina que precede al desarrollo de la diabetes.
Aire limpio, cintura fina
Los científicos creen que estos tóxicos también aumentan el riesgo de dos trastornos muy relacionados con la diabetes: el síndrome metabólico y la resistencia a la insulina. Javier Salvador señala que la obesidad visceral (la elevada acumulación de grasa abdominal) promueve la liberación de ácidos grasos libres que llegan al hígado y contribuyen a generar resistencia a la insulina, lo que favorece esta enfermedad.
También avisa de que la exposición simultánea a varios compuestos químicos sintéticos puede contribuir al desarrollo de obesidad, dislipidemia -alteración del metabolismo de los lípidos- y resistencia a la insulina, los precursores más comunes de la diabetes.
Existen otros estudios recientes que indican que los plásticos de policarbonato como el bisfenol A, que se utilizan sobre todo en los 'tuppers', también podrían contribuir a generar este desorden del metabolismo al ser sometidos a elevadas temperaturas. Una investigación de la Universidad Miguel Hernández, de Elche, analizó a ratas embarazadas expuestas a este compuesto durante los 19 días que dura la gestación de este animal. Todas desarrollaron diabetes gestacional. Las crías también acabaron siendo diabéticas a los seis meses de nacer, lo que en seres humanos equivaldría a tener unos 40 años.
En 2003, la publicación 'Toxicological Sciences' apuntaba como en Estados Unidos un 13% de los niños de 6 a 11 años tenían sobrepeso. La tasa se había triplicado en 20 años. Los investigadores citaban tóxicos como el bisfenol A, el 4-nonilfenol y otros muchos, insistiendo en la importancia del ambiente fetal en el desarrollo de enfermedades adultas. La teoría es que la obesidad podría estar ligada a la presencia en el cuerpo de una serie de sustancias químicas contaminantes, especialmente al estar expuestos a ellas dentro del útero materno.
En 2005, un artículo publicado en la revista 'Birth Defects Research' abordaba los efectos que puede tener durante el desarrollo fetal el contacto con compuestos que son muy contaminantes, lo que se comprobó con la exposición de ratas preñadas a niveles muy bajos del diestilestilbestrol, un estrógeno sintetizado que se utilizó durante años para disminuir el riesgo de aborto en mujeres embarazadas, que produjo casos de obesidad severa cuando las crías llegaron a adultas.
Los resultados de un reciente estudio de la Universidad Estatal de Ohio muestran que la exposición al aire contaminado en los primeros años de vida genera una mayor acumulación de grasa abdominal y resistencia a la insulina en los ratones.
Sobrepeso y CO2
Existen numerosas investigaciones que sugieren que la contaminación predispone a la obesidad, pero el sobrepeso, además de las múltiples enfermedades que puede causar, también tiene un efecto adverso sobre la conservación y sostenibilidad del medio ambiente. Es una relación bidireccional.
Uno de los estudios más importantes es el realizado por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y publicado en el 'International Journal of Epidemiologogy' en 2009, que reveló que cada persona obesa es responsable, como media, de casi una tonelada más de emisiones de dióxido de carbono por año que una delgada, lo que significa sumar 1.000 millones de toneladas del gas por año en una población de 1.000 millones de personas con sobrepeso.
Los científicos británicos Phil Edwards y Ian Roberts ponen como ejemplo una sociedad delgada, como la de Vietnam, que consume un 20% menos de alimentos y contamina menos que otra como la de Estados Unidos, en la que el 40% de la población es obesa. Los autores señalan que cuando se trata de la ingesta de alimentos, desplazarse en un cuerpo pesado se podría comparar a conducir un coche grande que consume mucha gasolina.
Además, indican que las emisiones relacionadas con el transporte también son menores si se mantiene un peso saludable, puesto que se gasta menos energía en transportar a personas delgadas y «los que tienen sobrepeso tienden a moverse menos y a depender más del automóvil».

Fuente: www.laverdad.es

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